Aquí quiero estar siempre, quiero saberlo todo, quiero volar
Christian Hamann

Christian Hamann

Mi pasión por el vuelo se remonta desde que nací, desde los primeros años que tengo memoria. Hubo importantes momentos en mi vida que sirvieron para reafirmar mi vocación así también como para ponerla a prueba y no ha sido tampoco un camino fácil. Uno de esos grandes momentos fue cuando tenía 6 años y me tocó acompañar a mi madre a Ciudad de México a visitar a mi abuela, pues ella estaba pasando un momento difícil. El vuelo fue de noche. Recuerdo ir subiendo lentamente por la escalera posterior, acercándome con reverencia a la inmensa cola del majestuoso DC-8 de Canadian Pacific. Me tocó la ventanilla junto al ala y no despegué mi cara de ella hasta el momento en que aterrizamos. Recuerdo el cielo de noche repleto de estrellas, el ala silenciosa del avión con sus luces de navegación, testigo de nuestra complicidad, pues yo era el único que la observaba ya que todos dormían. Allí todo tuvo sentido y en mi mente de niño me decía: Aquí quiero estar siempre, quiero saberlo todo, quiero volar...

Mi padre siempre pensó que era un capricho, que me olvidaría del tema y que optaría por otras cosas. Decidió enviarme a Alemania al terminar del colegio, de la digna y célebre Prom del 75, y que no necesita mayor introducción pues fuimos los que ganamos el concurso de Prom más unida (modestia aparte). Llegué a un pueblito cerca de Hannover y me matriculé para hacer el Abitur. Todo bien, buenas notas, linda gente y buenos amigos. Pero lo que mi papá no consideró que además de estudiar me busqué un pequeño aeroclub donde aprendí a volar Segelflugzeug y ahí obtuve mi primera licencia. Volar planeadores sobre Alemania fue un arrebato de felicidad, de grandeza, de destreza incontenible..... Y, claro, las noticias llegaron a oídos de papá, me estaba tirando la pera, y en vez de ir a mis aburridas clases de Abitur, prefería estar allá arriba, up in the air, donde supe toda la vida que allí pertenecía, y nadie iba lograr bajarme de allí así de fácil. El Abitur llegó a su final, saqué buen promedio y esa fue mi carta de presentación para que mi papá me diera la bendición... “quiero ser piloto aviador”. A mamá no la menciono porque ella fue mi cómplice. Lo tenía clarísimo: algún día sería piloto y por eso me apoyó incondicionalmente en esta aventura.

¡Es un larga historia! Contra viento y marea, llegué a California a una prestigiosa escuela de aviación donde podía estudiar, aprender, investigar y experimentar lo que siempre había querido. Me encontraba en EEUU, el país “non plus ultra” de la aviación mundial con todos los recursos a la mano. No podía estar más feliz. Recuerdo los años de alumno piloto como uno de los años más felices de mi vida, semejante al día cuando nacieron mis hijas.

Quisiera regresar y contarles del colegio Humboldt. Esta pasión por el vuelo la tuve bien escondida entre mis amigos; era algo muy personal que decidí no compartir con nadie, sino hasta después de mi graduación. Sin embargo, tengo una anécdota. Un día nos tocó un Klassenausflug; yo tendría unos 12 años y Herr Fischer, profesor por excelencia a quien sigo admirando, nos acompañó. Creo que fue a Cieneguilla. En un momento se me acerca, yo estaba solo, pensativo y bastante tímido como solía ser me pregunta: ¿Qué quieres ser y estudiar cuando seas grande?, en su español mascado pero con una sinceridad que me hizo sentir bien. Quiero volar... fue mi respuesta... was meinst Du, me dijo, Pilot... Flugzeug Kapitän ?... eso mismo, le dije. Ummm na ja..gut. Das ist aber toll! ¡Gracias, Herr Fischer, siempre lo recordaré por tan magna actitud!

Christian Hamann

El tiempo ha transcurrido y desde ese paseo del colegio, Out of the Blue, soy comandante de un hermoso B767, volando para LATAM. Además, soy instructor de vuelos del B767 y trabajo dando cursos a nivel académico, ocupé cargos administrativos también en algún momento, pero como la oficina me aburre y no puedo tirarme la pera, los he dejado para estar allá arriba donde me gustar estar. He llevado por las nubes a muchos de mis amigos del cole y siempre fueron mis pasajeros vip. Antes del 9/11, los invitaba a la cabina y nos sacábamos fotos. La primera vez que llevé a mi papá fue un vuelo al Cusco hace 16 años y cuando bajó del avión para despedirse, se le salieron las lágrimas y me abrazó.

Out of the Blue, también tuve emergencias en vuelo, momentos de mucha tensión y situaciones delicadas en donde tenía la vida de todos los pasajeros en mis manos. Allí los pilotos nos damos cuenta cómo “nos ganamos los frijoles”, no lo puedo decir de otra manera; que todo lo aprendido y experimentado tiene un valor incalculable. Cada vuelo es como si fuera el primero con la misma pasión y dedicación que el primero. Es que no hay otra forma de hacer las cosas bien en este trabajo. El camino del piloto aviador está lleno de obstáculos, pero todos salvables. No es fácil pero tampoco imposible. Tienes que creer que puedes volar y ser un comandante de una aeronave. Y, vivir esa realidad en tu cabeza hasta que se materialice.

Todos los días transporto sueños, llevo a grandes empresarios a realizar negocios, a parejas enamoradas de luna de miel, al niño que viaja con sus padres como su última opción de vida, al otro niño que por vez primera viaja; a otros a enterrar a su ser querido o que regresan de un feliz encuentro familiar. Todos juntos, metidos en ese avión; todos juntos allí queriendo regresar a casa... Siempre habrá un comandante para transportar sus sueños. Esta noble tarea es la que escogí para mi vida... Out of the Blue.

Con mucho cariño a mis amigos humboldtianos, profesores, alumnos, colegas y conocidos,

Im Norden, im Süden, wo es nur immer ist,
vergiss nie, dass du ein Humboldtschüler bist.