Eckard Weisse, exprofesor de 2003 a 2005
Voy a tratar de describirles seis experiencias que tuve al dictar clases de alemán a refugiados en Alemania:
Antes debo decirles que estoy casado con una extranjera (PE) hace un cuarto de siglo y estuve casi dos décadas en el extranjero. No tengo absolutamente nada en contra de los recién llegados (increíble, cuántas denominaciones han sido utilizadas para describir lo mismo); las palabras refugiado y asilo ya no son apropiadas. Existen talleres de integración y de orientación profesional, además de cursos DFF (alemán para refugiados) cuya duración es de seis meses.
Probablemente más de la mitad de mis alumnos no tenía claro el estado de su permanencia en Alemania. Sin embargo, no se preocupaban mucho, ya que si su solicitud de asilo era rechazada pensaban contratar a un abogado para retrasar el procedimiento, incluso por varios años. Oficialmente son 600 000 los refugiados que debieron haberse ido y, por lo tanto, viven como ilegales. Ustedes pueden adivinar de qué viven... Uno de mis estudiantes dijo que preferiría ir ocho años a la cárcel, por buen comportamiento serían menos, y así aprender alemán y tener una profesión con la que quizás hasta puede ganar algo de dinero y, al ser liberado, le asignarían un trabajador social, un trabajo y una vivienda.
Tal vez, a un joven esto puede parecerle lógico. Sin embargo, se trata de una familia trabajadora con un hijo de 20 años de edad, que estaba esperando la respuesta a su solicitud de asilo ya por dos años y aprendían con esmero el idioma alemán. Ellos no sabían cuál sería su destino; solo sabían que no querían regresar. Pero el asinamiento en el alojamiento con docenas de familias de diferentes nacionalidades, religiones y culturas trae consigo problemas sicológicos y, por eso, no resulta extraño que la madre quiso poner fin a su vida. ¡Por suerte, la encontraron a tiempo!
En otros casos, sólo algunos pueden optar por realizar prácticas temporales, porque los empresarios locales reconocen en ellos una mano de obra barata, y ese tipo de prácticas está financiado por la entidad alemana del Centro de Trabajo. Por ejemplo, uno de mis alumnos amasaba pan por la madrugada durante tres horas y luego estudiaba durante otras cuatro horas alemán conmigo y regresaba a la panadería para terminar su turno. ¡Una excelente actitud!
Otro de mis estudiantes, un joven afgano dotado jugador de ajedrez, me comentó que su familia reunió seis mil euros para enviarlo al gran viaje. Después de dos meses de travesía llegó finalmente a Alemania. Me dijo que nunca regresaría voluntariamente y pararse frente de su padre como un fracasado que malgastó el dinero de la familia porque es algo contra el honor de un hombre. Y el "honor" tiene un estatus muy diferente en su cultura.
Un tercer ejemplo de mis estudiantes es un conductor de camión - amable, trabajador, con buena disposición para la integración y juega ahora en mi equipo de voleibol. Condujo vehículos para la armada militar alemana en Afganistán y, por ende, está en la lista negra de los talibanes. No podemos expulsar a un hombre con esas características. Pero también tuve el caso de un paquistaní universitario – al que yo le recriminaba por su ociosidad en mi curso – que me respondió que conocía a muchos compatriotas que están viviendo ya treinta años en Alemania y no hablan una palabra en alemán. Cuando además puso música religiosa en su iPhone para provocarme, deseaba en mi interior que sea deportado cuanto antes a su país de origen.
Antiguamente, todos los cuentos de hadas comenzaban con tres palabras "Érase una vez...". Hoy podrían empezar con "Podemos lograrlo..." Esta es una historia sin fin que podría traer nuevos problemas.
(Original en alemán)