Rafting: El reto del Cañón del Apurímac
Al comienzo, sólo se trataba de razones para andar en las nubes y no prestar atención en el colegio. Poco a poco, esa locura de romper la rutina para ir a perderse en los lugares más espectaculares de un país como este, tan sorprendente y aún desconocido, incluso por la mayoría de sus propios habitantes, pasó a ser realidad. Ahora tengo 20 años y he compartido con Sebastián de la Piedra, Juan Fernando Lozano, Francesco Gallese, mi primo Sebastián Oneto (promoción 2007) y Alexander Klinge (promoción 2008), muchos momentos en viajes que realmente talan la memoria. Pero el “Apu” ya es otro nivel. La idea: tres días de canotaje en un río catalogado como uno de los cinco mejores del mundo para ese deporte, con rápidos hasta de clase V, acampando por la noche en sus orillas. Fueron 40 kilómetros de recorrido en total. Para ello, nos contactamos con la gente de Mayuc Rafting, para conseguir guías y el equipo necesario y esperamos 4 meses hasta que llegó el día.
Día 1. Salimos de Cusco a las ocho de la mañana del 25 de julio de 2010. Tuvimos 4 horas de camino afirmado para pensar en lo que se venía. Nuestro guía, el tío Fico, uno de los primeros en navegar el río Apurímac, nos iba contando el plan. Luego de tres horas sobre las montañas se llega a divisar la impactante profundidad de la falla geográfica que es el Cañón del Apurímac, que en quechua significa “dios que habla”, por el sonido que produce el violento paso del agua. Luego de un eterno zigzag, al fin bajamos, cruzamos el puente Huallpachaca (que significa “puente de la gallina”, por el miedo que ha existido desde tiempos de los incas por cruzar el río) e ingresamos al departamento de Apurímac. Una vez ahí, comimos pollo frío y alistamos los equipos para entrar al agua. Para el frío, usamos un “wetsuit” y una casaca impermeable. Ya con todo listo, los “rafts” inflados, el carguero lleno, los chalecos y los cascos puestos, el remo en la mano y mentalizados en lo que se venía, entramos al río, teniendo muy en cuenta que ya no se podía regresar.
El primer día remamos aproximadamente 2 horas por aguas relativamente tranquilas para ir “calentando”. El agua helada nos chocaba en la cara cada vez que entrábamos en algún rápido, mientras que la tensión se iba convirtiendo en confianza y entusiasmo. A su vez, la naturaleza se robaba el espectáculo. Pequeños bosques entre montañas y sonidos de aves nos decían que estábamos totalmente fuera de la civilización, pero no solos. Antes de que el sol se oculte llegamos al lugar del primer campamento, llamado “Las Paltas”, una playa de arena cerca de la cual hay un enorme Palto que sobresale de los matorrales. Las golondrinas, los cormoranes, las huellas de nutria y restos de bagres devorados sobre piedras eran la señal de que la fauna está intacta. La prueba de ello olió la comida cuando la estábamos preparando. En el cerro, entre los árboles, unos ojos rojos delataron a un zorro curioso por la bulla y las luces, y, sobretodo, por el olor. Felizmente no fue un puma, pero de todas formas, muchos lo pensaron dos veces antes de salir de la carpa en la noche para “ir al baño”. Luego de una fogata en la arena y una buena comida, nos ganó el sueño. A dormir.
Día 2. El desayuno estaba listo y había que entrar al río temprano para llegar al siguiente campamento aún con luz. Sacamos los escorpiones que encontraron refugio en los “wetsuits” por la noche y todo fue tan rápido que, recién en el agua, nos dimos cuenta que nos esperaban rápidos monstruosos, algunos que ni podíamos navegar y había que caminarlos por las rocas de la orilla. “El Primer Portaje”, “El Purgatorio”, “Dolor de Muelas”, “El Trinche”, “Babalúa”, “Tu Primero”, “La Última Sonrisa”, etc., son algunos de los nombres de los rápidos de hasta clase V que nos esperaban. Necesitaría cien páginas para contarlos todos, pero no puedo pasar por alto “El Purgatorio”. El cañón se angosta de tal manera que el poderoso “Apu” pasa por un estrecho de aproximadamente tres metros (que se va estrechando aun más, de tal forma que el carguero de las mochilas pasa levantado hacia un lado) con una fuerza brutal. Antes de llegar, para no atascarnos en un remolino, los kayakistas de seguridad nos lanzaron una soga que si no la alcanzábamos, “quedábamos” ahí. Hasta que llegamos. La impresionante fuerza del agua nos arrastró a su voluntad y alguno se golpeó la cabeza con un paredón de piedra que había que esquivar para no desnucarse. Curiosamente fue quien llevaba la filmadora en el casco, por lo que el incidente quedó registrado con un “C&%$#a”. Después, paramos en una playa para almorzar. Comimos “al toque” y otra vez a explorar.
El segundo tramo del día tuvo la particularidad de que los rápidos los pasamos fuera de la balsa. La mitad de ese recuerdo está por debajo del agua. Además, decidimos ir a “surfear” un poco. Una vez que estuvimos en la ola, nos tiramos hacia adelante para levantar el bote inflable. Nos caímos. Fueron casi diez segundos bajo el bote intentando salir y escuchando la fuerza del agua mientras uno piensa en palabras que incluyen símbolos como #, $, % y &. Fue un día tremendo, tan tremendo como el siguiente campamento. “La Meza” es una playa frente a un tramo muy calmado del río. Para su descripción no hay palabras, por lo que vale la pena ver las fotos y el video. Con todo lo hecho durante el día, nos relajamos, jugamos y algunos hicimos papelones (un considerable incidente en el río) para completar ese gran día. Pero no se terminaba ahí: una familia de cóndores bajó del cielo para mostrar su majestuosidad y su impresionante vuelo a través del cañón, como dejando en claro quienes son los dueños del Apurímac. La noche nuevamente fue impresionante. La luna llena se puso justo entre las montañas, iluminando el cañón y provocando unos contrastes espectaculares. Nada más que pedir. Prendimos la fogata y el cansancio se hizo notar. Otra vez a dormir…
Día 3. No se puede pedir más que la vista desde la carpa. Otro gran día nos esperaba. Desayunamos y partimos. Luego de 4 horas en el agua llegamos al puente Cunyac, el destino final de la aventura. Ese es el primer contacto con la civilización, ya que por ahí pasa la carretera que va desde Nazca a Cusco, por donde regresamos.
En conclusión, una experiencia extraordinaria. Como para repetirla y seguir descubriendo el Perú toda la vida.
Por Roberto Fernando ”Tito” Cornejo Crosby (Promoción 2007)
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