El niño aventurero que se convierte en descubridor
Por Klaus Hönninger Mitrani - ex alumno Humboldt 1981
Muchos me preguntan cómo hice para llegar a estar en los titulares de los diarios nacionales e internacionales como descubridor de fósiles de animales si yo estudié Ingeniería Informática. Una pregunta que me hace remontar a mis primeros 5 años de vida, allá por 1967, en el campamento de Tinajones donde mi padre trabajó en la construcción de aquella maravillosa represa que hasta el día de hoy lleva agua a los agricultores de la Región Lambayeque. Vivir en un campamento de obra como niño inquieto, no era tarea fácil para el cerebro, no había televisión, Playstation ni cine, solo el grupo de niños que tenía la opción de jugar canicas, fútbol o aburrirse tremendamente. ¡Después descubrimos que había algo alrededor que nos daba la cuota de aventura que buscábamos, los cerros! - “Vamos a buscar tesoros” -recuerdo fue el grito de guerra del grupo. Así emprendíamos día a día la emoción de subir a las montañas a buscar que tesoros escondían esos misterioso cerros que veíamos todos los días y no duró mucho hasta que encontramos lo que me marcaría de por vida, un fósil de un “caracol”. Era extraño para los ojos de un niño de tan corta edad; una piedra que encerraba una especie de remolino salía de la monotonía rocosa del lugar. - “¡Preguntémosle al Ing. qué es esto!” -exclamé emocionado mientras corríamos cuesta abajo con la extraña piedra entre las manos. Recuerdo la cara del Ingeniero de Obra cuando se vio con 7 niños exaltados en la puerta de su oficina cargando una piedra como si se tratara de un corazón que iba a un trasplante de emergencia. - “Es una amonita” - nos dijo. Nos miramos entre todos sin saber a qué se refería. -“Es un fósil de un calamar que vivió hace 180 millones de años y se ha petrificado en la roca” -intentó explicarnos, “los cerros están llenos de fósiles de millones de años” - sentenció este Ingeniero y cuando digo sentenció es realmente literal, ya que sus palabras fueron la sentencia para una afición que he mantenido por más de 40 años, la paleontología o en palabras más simples, la ciencia que se dedica al estudio de los vestigios de animales o plantas que ya no existen y que nos han dejado los vestigios en las rocas.
Durante los años que viví en el campamento de Tinajones, solía llegar todas las tardes a casa con un fósil nuevo, sin duda, la emoción de sentirme “descubridor” cubría todas las carencias de entretenimiento que teníamos. Por las noches leía libros de Julio Verne y de Robert Louis Stevenson y dejaba que mi imaginación se transportara a la Isla del Tesoro o al enigmático viaje al centro de la Tierra, soñando en convertirme de “grande” en un gran explorador. Sueño que no hubiera sido posible sin la intervención de mi madre que, cansada de ver mi dormitorio lleno de piedras, amenazó en tirarlas todas a la basura. - “No me botes mis piedras que algún día voy a construir mi museo” - le advertí inocentemente, pero con la firme convicción infantil de lograrlo cuando sea “grande”.
Han pasado más de 40 años y ese niño aventurero se mantuvo; muchos de mis compañeros recuerdan como llegaba a clases en el Humboldt con los descubrimientos del fin de semana. Ha sido 40 años que me han permitido juntar una enorme colección que va desde pequeños fósiles de Trilobites de 500 millones de años, esqueletos de dinosaurios, mamuts y otras 1200 piezas de muchos países, que ahora se mostrarán en el Museo Meyer – Hönninger que se construirá en un área asignada por la Municipalidad de Santiago de Surco. Un sueño infantil que se hizo realidad y una afición que hasta el día de hoy me emociona como cuando tenía 5 años y que me ha permitido hacer descubrimientos que han dado la vuelta al mundo como el único esqueleto del gigante Megalodon que se ha encontrado en toda la historia, o las hojas de tabaco fosilizadas que han cambiado los libros de botánica, entre otros muchos hallazgos que aparecen en internet, algunos han sido publicados en los 5 continentes.
Espero que aquellos que lean esta anécdota de mi vida, jamás pierdan la emoción de sentirse aventurero y descubridor, ya que la vida nos da tiempo para todo pero poco tiempo para los que realmente nos gusta. En el 2012 se inaugura en Lima el Museo Meyer – Hönninger, en la entrada habrá una placa de bronce que dirá “Mamá, no me botes mis piedras que algún día voy a construir mi museo”, como recuerdo de lo que un niño soñó y que con voluntad y esfuerzo logró.
Quiero dedicarle este artículo a un gran amigo que jamás olvidaré, que compartió conmigo las aventuras durante muchos años y que desde el cielo me sigue acompañando en los descubrimientos: Robert Konopasek