En medio de lo público
Diferenciar entre lo público y lo privado determina uno de los pasos fundamentales hacia la civilización. Como lo ha enseñado la historia, las hordas bárbaras no construyeron sobre la base de la civilización futura, sino que consumieron y arrasaron a su paso por el beneficio personal y con una visión sesgada y anclada en el momento. El mañana no les importaba. La civilización, por el contrario, se gesta en un presente que apunta al futuro con orgullo cimentado sobre el pasado.
Lo público nos rodea, nos vincula unos con otros, nos permite crear comunidad. En el mundo civilizado en el que luchamos por vivir, lo público nos pertenece a todos y por ello merece doble respeto de cada uno de los ciudadanos. No ensuciar la calle o no malograr las plantas en los parques, por ejemplo, significa ser civilizado, es decir, ciudadano y respetuoso de lo público. Lo contrario nos retrocede a la barbarie, a la negación del orden.
El colegio resulta un símbolo importante de lo público, especialmente, cuando los jóvenes ciudadanos ejercen en él sus primeras reflexiones sobre el bien común. Algunas veces olvidamos su calidad de bien público, su estatus de servicio y creemos que no le pertenece a nadie o, peor aún, nos creemos con el derecho a ensuciar sus patios, maltratar las paredes o las bancas, destruir los baños que se encuentran dispuestos a servir a la futura civilización y no solo a un capricho barbárico anquilosado en el presente. El respeto a los bienes del colegio constituye el primer paso del respeto a nuestro entorno, a nuestra ciudad, a nuestro país, a lo que nos pertenece a todos en comunidad y no solo a un arrogante o displicente joven ciudadano.
Luis Landa
Profesor