Tolerancia
Si bien es cierto, en su etimología, la noción “tolerancia” implica vínculos con verbos como “aguantar” y “soportar”, este eco de pasividad no se proyecta en la acepción de tolerancia social con la que se construye la democracia. “Tolerar”, por cierto, significa demostrar paciencia; sin embargo, especialmente, representa una forma de respeto, de empatía o de apertura frente a comportamientos, preferencias, opiniones que no necesariamente compartimos o con los que no nos identificamos, pero que resultan válidos en la diversidad del mundo donde vivimos. La intolerancia, entonces, resulta un antivalor que discrimina y que nos coloca por sobre otras posibilidades con arrogancia e ignorancia. Una sociedad intolerante, por lo mismo, se encuentra condenada al fracaso como colectividad. No es sorprendente que cuando gobiernos dictatoriales asumen el control de un país las medidas intolerantes surgen con rigor para acabar con la libertad y abren paso a la imposición de un restringido cuadro de “valores”.
La historia ha mostrado demasiadas veces el curso de la intolerancia y el día a día nos lo recuerda, por ejemplo, en el tráfico prepotente de Lima, en el racismo subyacente de nuestro coloquio, en las bromas y chistes que se repiten automáticamente o en las redes sociales durante las elecciones. Si asumimos la democracia como el sistema que mejor se adecua a nuestra libertad y a la plenitud de nuestros derechos, entonces debemos ser consecuentes y mostrarnos tolerantes.
Se deben desterrar los adjetivos y calificativos políticos o sociales como “caviar”, “derecha bruta y achorada”, además de los términos tan repetidos cargados de racismo y sexismo en nuestra cotidianidad. Si no practicamos la tolerancia desde los patios del colegio difícilmente cambiaremos la actual e intolerante fiereza con la que nos venimos separando durante los últimos años. Abramos el diálogo, conversemos, anulemos el insulto, construyamos en pro de una sociedad más respetuosa, democrática y unida.
Luis Landa
Profesor del BBZ