Mario Vargas Llosa y los lectores del Humboldt
Mario Vargas Llosa (1936-2025) nos ha acompañado durante muchos años. En nuestro colegio Alexander von Humboldt, solíamos leer Los cachorros y Los jefes en tercero de secundaria. Con estos cuentos y, especialmente, con la nouvelle que relata la involución de Cuéllar a partir de un coro de voces, nuestros alumnos despertaban -como jóvenes lectores- a la certera llamada de la imaginación literaria. Personalmente, resultaba un placer caminar entre los hipnotizados alumnos que se acomodaban en los mejores lugares del salón y fuera de él para leer en voz alta (como se debe) esas mágicas palabras con las que se abría un concreto universo de ficción moderno: “Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos aprendiendo a correr olas…”
Luego, en quinto de secundaria -cuando no en cuarto-, aparecía el convulsionado mundo animalizado de La ciudad y los perros. Un poco más experimentados, nuestros alumnos emparaban la ruda realidad de un microcosmos escolar que reflejaba el macrocosmos de la sociedad machista, hipócrita, marginadora, violenta, vertical que acaso repercutía en algunas de sus primeras reflexiones críticas como solo la buena literatura garantiza. El Jaguar, el Boa, el Poeta, el Esclavo, pero, principalmente, el teniente Gamboa se mostraban como un abanico de elecciones de vida que conducen a revisar nuestra propia configuración de la identidad. Probablemente, por ello, los lectores del último año del colegio mantenían en sus mentes las frescas imágenes del ficticio Colegio Militar Leoncio Prado cuando el tema era tocado aun fuera de las clases.
Y, en el Abitur, arrancaba una evaluación mayor del país con la pregunta de Zavalita: “En qué momento se había jodido el Perú” que conducía a los alumnos de nuestro bachillerato a cuestionarse sobre los conflictos morales tanto personales como sobre aquellos de la sociedad entera, desde el Perú hacia la universalidad que la incólume novela de Vargas Llosa sostenía. Conversación en La Catedral, aquella novela insuperable e irrepetible, ilusionaba hasta a los menos duchos con el entrevero de recursos literarios, técnicas y desafiante fragmentación con la que los atentos lectores de nuestro colegio preparaban la propia reflexión. Un mágico semestre incluso, cuando el Abitur progresaba en dos años, tres profesores nos dimos el lujo de disfrutar discusiones sobre casi todas las novelas de Vargas Llosa, a través de las bien logradas exposiciones grupales de nuestros alumnos.
Los exalumnos que lean estas palabras podrán dar fe del vínculo que procuramos concretar entre los jóvenes y la literatura a través del universo ficcional de Mario Vargas Llosa. ¿Cuántos de nuestros alumnos habrán despertado a la ilusión de la lectura con sus obras?, ¿cuántos habrán realizado una inclinación más profunda en las letras por él? Nunca se sabrá a ciencia cierta; sin embargo, hemos contado con la suerte de presenciar la evolución de su obra y de su pensamiento como si se tratase de una persona bastante cercana a nosotros. En todos estos años, Vargas Llosa nos perteneció a todos como sus lectores y, en los registros de nuestra biblioteca en Humboldt 2, queda constancia de ello. El escritor ha partido, pero su obra permanece como una ratificación de que la literatura supera los límites de las circunstancias, trasciende el “hic et nunc”, y así alcanza su entera dimensión, tal y como lo percibimos en los primeros contactos con su maravillosa y poderosa prosa.
Luis Landa
Profesor del BBZ